domingo, 27 de abril de 2025

LA TRAMPA DE LA REALIDAD: CÓMO EL CEREBRO CONSTRUYE TU MUNDO.

La gran mentira que nos mantiene vivos

Imagina por un momento que tu cerebro, ese órgano que consideras el fiel guardián de tus percepciones, fuera en realidad un magistral ilusionista. Un creador de espejismos que ha perfeccionado su arte durante millones de años no por capricho, sino por pura necesidad evolutiva. Este es precisamente el fascinante viaje al que nos invita Francisco J. Rubia en su revelador libro "El cerebro nos engaña".

Rubia, doctor en Medicina por la Universidad de Düsseldorf y destacado investigador del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid, nos sumerge en una premisa tan desconcertante como provocadora: lo que percibimos como realidad no es más que una construcción conveniente de nuestro cerebro, diseñada meticulosamente para ayudarnos a sobrevivir en un entorno que, de otra manera, resultaría abrumadoramente complejo.

¿Y si todo lo que damos por sentado —los colores que vemos, los sonidos que escuchamos, incluso la noción de un "yo" estable y coherente— fueran en realidad elaboradas fabricaciones neurales? Esta provocadora idea no es nueva en la historia del pensamiento. Ya Platón, con su alegoría de la caverna, sugería que vivimos tomando las sombras por realidades. Sin embargo, lo revolucionario del planteamiento de Rubia es que no se trata de especulaciones filosóficas, sino de conclusiones derivadas de la investigación científica de vanguardia.

El neurocientífico Antonio Damasio señaló en su obra "El error de Descartes" que la mente emerge del cerebro y del resto del cuerpo como un conjunto, y que el dualismo mente-cuerpo ha sido uno de los grandes obstáculos para comprender nuestra naturaleza. Rubia avanza en esta línea, pero va más allá: no solo la mente emerge del cerebro, sino que lo hace creando representaciones que, aunque útiles, no se corresponden exactamente con la realidad física que pretenden representar.

La mente como función del cerebro

El punto de partida de Rubia es contundente: la mente humana no es una entidad independiente del cerebro, sino una función de este, producto de la evolución de nuestra especie. El cerebro del hombre contemporáneo es una consecuencia más de la evolución de la especie humana. Pero ¿qué podemos decir de la mente? Para el profesor Rubia, no es sino una función del cerebro, y, como tal, ha evolucionado a lo largo del tiempo.

Esta perspectiva rompe con interpretaciones dualistas tradicionales y nos sitúa en un marco puramente neurobiológico donde nuestra experiencia subjetiva, nuestras emociones e incluso nuestras más altas expresiones culturales tienen su origen en los intrincados procesos cerebrales.

La visión de Rubia se alinea con lo que los filósofos llaman "monismo materialista", que sostiene que solo existe un tipo de sustancia fundamental en el universo: la materia física. La conciencia, los pensamientos, las emociones, todos estos fenómenos mentales serían emergencias de la actividad física del cerebro, no entidades de naturaleza distinta.

Este planteamiento tiene profundas implicaciones. Si aceptamos que la mente es una función cerebral desarrollada evolutivamente, debemos preguntarnos: ¿para qué evolucionó? La respuesta de Rubia es clara: para ayudarnos a sobrevivir. Y en esa misión, la precisión absoluta puede ser menos importante que la utilidad práctica.

Las neurociencias modernas apoyan esta visión. Los estudios con neuroimágenes funcionales nos muestran que cuando pensamos, sentimos o percibimos, son circuitos neurales específicos los que se activan. No hay una "mente" actuando independientemente del cerebro. Incluso aquellas experiencias que parecerían trascender lo físico, como las experiencias místicas o religiosas, muestran correlatos neuronales específicos.

"Desde la neurobiología, la antropología y la filosofía, Francisco J. Rubia nos introduce en el fascinante mundo del cerebro", señala la descripción editorial del libro, un enfoque multidisciplinar que constituye uno de los mayores atractivos de la obra. Y es que para entender cómo y por qué el cerebro nos engaña, debemos abordar el problema desde múltiples perspectivas: evolutiva, neurológica, psicológica, antropológica e incluso filosófica.

Las ilusiones prácticas: herramientas para la supervivencia

Pero ¿qué significa exactamente que el cerebro nos engaña? No se trata de un engaño malicioso, sino de una estrategia adaptativa refinada a lo largo de millones de años. Las ilusiones que crea el cerebro nos ayudan a sobrevivir.

El cerebro no tiene capacidad para procesar toda la información del entorno en tiempo real, ni para representar fielmente la compleja naturaleza física del mundo. En su lugar, crea atajos, simplificaciones e ilusiones que resultan funcionalmente útiles para nuestra supervivencia. Pensemos en la información que llega a nuestros sentidos: billones de fotones que impactan en nuestras retinas cada segundo, ondas de presión que alcanzan nuestros tímpanos, moléculas que estimulan nuestras papilas gustativas y receptores olfativos, presiones, temperaturas y texturas en nuestra piel... ¿Cómo manejar semejante avalancha de datos?

La respuesta evolutiva ha sido desarrollar un sistema que no pretende procesar toda esta información, sino seleccionar y transformar solo aquella que resulta relevante para nuestra supervivencia. Nuestros sentidos son, en realidad, sofisticados filtros que descartan la mayor parte de los estímulos que recibimos.

El neurocientífico Ignacio Morgado, quien ha explorado ideas similares en su libro "La Fábrica de las Ilusiones", lo expresa con claridad: "El cerebro inventa el mundo creando ilusiones prácticas para ayudarnos a sobrevivir". Estas "ilusiones prácticas" son representaciones mentales que, aunque no corresponden exactamente con la realidad física, nos permiten interactuar eficazmente con el mundo.

Un ejemplo cotidiano de estas ilusiones prácticas es el tacto. Como explica Morgado: "El tacto es una ilusión muy práctica. Lo notamos en la mano y nos permite alargarla para tomar objetos". Sin embargo, es el cerebro el que siente, no la mano. La prueba está en que las personas con miembros amputados pueden seguir experimentando sensaciones (a veces dolorosas) en extremidades que ya no tienen, un fenómeno conocido como "miembro fantasma".

Otro ejemplo fascinante es el color. Lo que llamamos "rojo" o "azul" no existe como tal en el mundo físico. Fuera de nuestra mente, solo hay ondas electromagnéticas de diferentes longitudes. El color es una interpretación que hace nuestro cerebro de estas longitudes de onda, una etiqueta útil que nos ayuda a distinguir objetos, identificar alimentos maduros de los que no lo están, o reconocer estados emocionales en el rostro de otros humanos.

El científico cognitivo Donald Hoffman va aún más lejos con su "Teoría de la Interfaz de Usuario". Según esta teoría, nuestra percepción funciona como la interfaz de un ordenador: los iconos en la pantalla no se parecen a los circuitos y códigos que representan, pero nos permiten interactuar eficazmente con el sistema. De manera similar, nuestras percepciones no representan fielmente la realidad, sino que son símbolos útiles que nos permiten interactuar con ella. La selección natural no favorece percepciones verídicas sino percepciones adaptativas.

La construcción cerebral de la realidad: evidencias actuales

Las investigaciones recientes en neurociencia continúan respaldando esta visión de un cerebro que construye activamente nuestra percepción de la realidad en lugar de simplemente reflejarla. Lo que antes era una hipótesis filosófica se ha convertido en un hecho científicamente comprobable gracias a las modernas técnicas de neuroimagen y los avances en neurociencia cognitiva.

Un estudio publicado en la revista Esco E-Universitas ilustra este fenómeno: "Si nuestro sistema de ojos y cerebro fuera como un aparato óptico, no percibiríamos estas ilusiones. En realidad no tenemos medidas absolutamente objetivas del mundo a través de nuestros sentidos." Cuando la luz es captada por nuestros ojos, el cerebro no se limita a registrar pasivamente esta información, sino que la procesa, analiza e interpreta, construyendo finalmente un escenario que nos resulte comprensible.

Los experimentos de laboratorio muestran cómo lo que "vemos" depende tanto del estímulo físico como del estado de nuestro cerebro. Por ejemplo, las investigaciones sobre la "ceguera por desatención" han demostrado que podemos no ver objetos que están literalmente frente a nuestros ojos si nuestra atención está dirigida a otra cosa. En el famoso experimento del "gorila invisible", los participantes, concentrados en contar los pases de balón entre jugadores con camisetas blancas, no perciben a una persona disfrazada de gorila que atraviesa la escena, a pesar de que está perfectamente visible en su campo visual.

Las técnicas modernas de neuroimagen han permitido observar directamente este proceso constructivo. Por ejemplo, estudios recientes con resonancia magnética funcional (fMRI) muestran que cuando vemos un objeto, se activan no solo las áreas visuales primarias que reciben directamente la información de los ojos, sino también áreas de asociación que relacionan lo percibido con experiencias previas, conocimientos almacenados y expectativas.

Lo más sorprendente es que estas áreas de asociación pueden activarse incluso antes que las áreas visuales primarias, lo que indica que nuestro cerebro está prediciendo lo que va a ver antes incluso de verlo. Este fenómeno ha llevado a algunos neurocientíficos a proponer la "teoría del cerebro predictivo" o del "procesamiento predictivo", según la cual nuestro cerebro está constantemente generando predicciones sobre los estímulos que va a recibir, y lo que percibimos es en realidad una mezcla de estas predicciones y la información sensorial real.

Otro campo de investigación fascinante es el de la plasticidad sensorial cruzada. Se ha demostrado que, en personas ciegas que aprenden a leer braille, las áreas cerebrales que normalmente procesan información visual se reasignan para procesar información táctil. Esto demuestra que lo que consideramos capacidades sensoriales fijas son en realidad construcciones flexibles del cerebro que pueden reorganizarse según las necesidades adaptativas.

El científico cognitivo Donald Hoffman va incluso más allá al sugerir que lo que estamos viendo a nuestro alrededor no es más que una fachada que guía el camino alrededor de una matriz mucho más compleja y oculta. Según esta perspectiva, respaldada por complejos modelos matemáticos y simulaciones por computadora, el mundo que percibimos es comparable a una interfaz de usuario, diseñada no para mostrarnos la verdadera naturaleza de la realidad, sino para permitirnos interactuar con ella de manera eficiente.

Las investigaciones en neurofenomenología, campo que integra las técnicas de neurociencia con los métodos de la fenomenología filosófica, también apuntan en esta dirección. Al estudiar sistemáticamente la relación entre los procesos neurales y la experiencia consciente, han encontrado que lo que percibimos como una realidad externa continua y coherente es en realidad el resultado de múltiples procesos neuronales discretos que el cerebro sintetiza en una experiencia unificada.

El cerebro predictivo: anticipándose para sobrevivir

Una de las funciones más fascinantes de nuestro cerebro es su capacidad para predecir lo que va a ocurrir antes de que realmente suceda. Los neurocientíficos han descubierto que "el cerebro entra en un modo constante de adivinanzas, el cerebro está tratando de predecir y mostrarnos el futuro. Tenemos que encontrar la mejor solución, pero hay varias posibilidades para el mismo tipo de entrada o estímulo".

Este mecanismo predictivo es otro ejemplo de cómo el cerebro nos "engaña" por nuestro propio bien. Los retrasos en el procesamiento sensorial son inevitables debido a las limitaciones físicas de nuestro sistema nervioso. Como señala el investigador Luis Miguel Martínez Otero: "Nuestro cerebro lo que hace es vivir en el pasado, prediciendo el futuro, para poder entender el mundo en tiempo real".

Esta aparente paradoja tiene una explicación neurobiológica fascinante. Desde que un estímulo sensorial impacta en nuestros receptores hasta que somos conscientes de él, transcurre un tiempo considerable: aproximadamente 80-150 milisegundos para el procesamiento visual básico, y hasta 500 milisegundos para el procesamiento más complejo. En términos evolutivos, este retraso podría ser fatal: si tuviéramos que esperar medio segundo para reaccionar ante un depredador, nuestras posibilidades de supervivencia serían mínimas.

La solución evolutiva ha sido desarrollar un cerebro que no solo reacciona a los estímulos, sino que los anticipa constantemente. Investigaciones recientes en neurociencia cognitiva han dado lugar al modelo del "cerebro bayesiano" o "cerebro predictivo", según el cual nuestro sistema nervioso funciona como una máquina de predicciones probabilísticas que aplica continuamente el teorema de Bayes (un principio estadístico) para actualizar sus creencias sobre el mundo.

En cada momento, nuestro cerebro está generando predicciones sobre lo que "debería" estar ocurriendo basándose en experiencias previas y conocimientos almacenados. Estas predicciones se comparan con la información sensorial entrante. Si hay una discrepancia (lo que los neurocientíficos llaman "error de predicción"), el cerebro puede hacer dos cosas: actualizar su modelo interno del mundo para incorporar esta nueva información, o interpretar la información sensorial de manera que se ajuste a su predicción previa. Nuestro cerebro tiende a hacer lo segundo siempre que puede, ya que es energéticamente más eficiente.

Este mecanismo explica muchas ilusiones perceptivas. Por ejemplo, en la ilusión del tablero de ajedrez de Adelson, vemos dos casillas de distinto tono de gris cuando en realidad son exactamente del mismo color. Nuestro cerebro "sabe" que un tablero de ajedrez tiene casillas alternantes de colores diferentes, y que las sombras oscurecen los objetos, así que predice que las casillas deben ser de diferente color y nos hace verlas así, a pesar de la evidencia sensorial contradictoria.

Las investigaciones con técnicas de neuroimagen han identificado los mecanismos neurales de este procesamiento predictivo. Estudios con electroencefalografía (EEG) y magnetoencefalografía (MEG) han mostrado que las "ondas de predicción" fluyen desde las áreas cerebrales superiores hacia las inferiores, mientras que las señales de error de predicción fluyen en sentido contrario. Este diálogo constante entre predicciones descendentes y señales sensoriales ascendentes es lo que configura nuestra percepción del mundo.

La biología del cerebro predictivo es asombrosa. Los científicos han descubierto que incluso nuestras pupilas se dilatan ligeramente en anticipación a los cambios de luz antes de que ocurran, si ese cambio es predecible. Nuestros sistemas sensoriales están constantemente preparándose para lo que esperan encontrar, no simplemente reaccionando a lo que detectan.

Ilusiones visuales: ventanas a los trucos del cerebro

Las ilusiones visuales constituyen una de las evidencias más accesibles y sorprendentes de cómo el cerebro construye nuestra percepción. Lejos de ser meros entretenimientos, representan valiosas herramientas para comprender los mecanismos cerebrales subyacentes a nuestra percepción.

Las ilusiones visuales no son fallos del sistema visual, sino consecuencias naturales de los mecanismos que nuestro cerebro ha desarrollado para procesar información visual de manera eficiente en condiciones normales. Como explica la neurobióloga Amanda Sierra, estas ilusiones "deberían hacernos reflexionar sobre la fiabilidad de nuestro conocimiento del mundo real y sus implicaciones en nuestra vida cotidiana".

Un buen número de ilusiones visuales se basan en la necesidad que tiene nuestro cerebro de autocompletar la información que le falta. El origen de este fenómeno es complejo, pero puede deberse, entre otros motivos, a que la información que proveen nuestros ojos es interrumpida por los parpadeos.

La capacidad de "rellenar" información faltante se manifiesta claramente en el fenómeno del "punto ciego". En nuestra retina existe un área donde el nervio óptico se conecta con el globo ocular, y en ese punto no hay fotorreceptores, lo que crea un punto ciego en nuestro campo visual. Sin embargo, no percibimos ese punto ciego como un agujero en nuestra visión porque el cerebro lo rellena automáticamente con información del entorno.

El triángulo de Kanizsa es otro ejemplo paradigmático: vemos un triángulo blanco que parece estar superpuesto a tres círculos negros, cuando en realidad no hay ningún triángulo dibujado. Nuestro cerebro "completa" el contorno basándose en las pistas visuales y nuestras expectativas perceptivas.

Además, aunque no lo notemos, nuestros ojos realizan constantemente movimientos rápidos y erráticos (sacádicos) para escanear el entorno. Estos movimientos, que pueden ocurrir hasta tres veces por segundo, son fundamentales para la visión, ya que si una imagen permaneciera completamente estática en nuestra retina, literalmente dejaríamos de verla debido a un fenómeno llamado "adaptación neuronal". Sin embargo, a pesar de estos movimientos bruscos, percibimos el mundo como una imagen estable y continua porque nuestro cerebro rellena los huecos y suaviza estas discontinuidades.

Las ilusiones de movimiento, como las "serpientes rotantes" del psicólogo japonés Akiyoshi Kitaoka, aprovechan precisamente estos movimientos sacádicos. La disposición específica de colores y patrones en estas imágenes interactúa con nuestros movimientos oculares naturales para crear la ilusión de rotación en una imagen que está completamente estática.

Otro tipo fascinante son las ilusiones multiestables, como el cubo de Necker o la famosa imagen que puede verse como un conejo o un pato. En estos casos, la información sensorial es ambigua y puede interpretarse de más de una manera. Nuestro cerebro alterna entre interpretaciones posibles, incapaz de mantener simultáneamente ambas percepciones, lo que demuestra que la percepción no es un proceso pasivo de registro, sino una construcción activa que implica tomar "decisiones interpretativas".

Las ilusiones sensoriales también ocurren entre diferentes modalidades sensoriales. El efecto McGurk es un impresionante ejemplo de cómo lo que vemos afecta lo que oímos: cuando vemos a alguien pronunciar "ga" mientras escuchamos el sonido "ba", nuestro cerebro integra ambas informaciones y percibimos "da", un sonido que no está presente ni en el estímulo visual ni en el auditivo.

Todos estos fenómenos demuestran algo fundamental: la percepción no es un registro pasivo del mundo, sino una construcción activa y dinámica que integra información sensorial, expectativas previas y modelos internos del mundo.

El cerebro sensible al contexto

Otro aspecto crucial de nuestro cerebro es su sensibilidad al contexto. No procesamos la información de forma aislada, sino en relación con su entorno. Este principio fundamental de la percepción humana ha sido ampliamente estudiado por los neurocientíficos y constituye una de las bases más sólidas para entender por qué y cómo "el cerebro nos engaña".

El neurobiólogo Luis Miguel Martínez Otero explica que "las ilusiones de brillo ilustran que no medimos el brillo -la cantidad de luz que emite un objeto- de manera absoluta sino de manera relativa. Estas ilusiones llevan a equívocos sorprendentes. Pasa lo mismo con el color."

En el célebre experimento del tablero de ajedrez de Adelson, dos casillas que parecen tener diferentes tonos de gris son en realidad exactamente del mismo color. Nuestro cerebro interpreta el color teniendo en cuenta el contexto —en este caso, la presencia de una sombra proyectada por la torre sobre una de las casillas—. Esto ocurre porque, desde una perspectiva evolutiva, lo importante no era percibir la cantidad exacta de luz reflejada por un objeto (lo que sería su color "real"), sino mantener la constancia perceptiva: reconocer que un objeto sigue siendo el mismo bajo diferentes condiciones de iluminación.

El fenómeno de constancia perceptiva va mucho más allá del color. Se aplica también al tamaño (percibimos que un objeto mantiene su tamaño aunque se aleje y su imagen en nuestra retina se reduzca), a la forma (reconocemos un plato como circular aunque desde ciertos ángulos proyecte una imagen elíptica en nuestra retina) y a muchas otras propiedades. Esta capacidad de "corregir" la información sensorial según el contexto ha sido crucial para nuestra supervivencia como especie.

Este principio de procesamiento contextual explica por qué un mismo estímulo puede percibirse de manera diferente según las circunstancias que lo rodean, desde el famoso debate sobre el color de "el vestido" en redes sociales (donde algunas personas lo veían azul y negro, y otras blanco y dorado) hasta ilusiones clásicas como las flechas de Müller-Lyer (donde dos líneas de igual longitud parecen diferentes debido a las flechas en sus extremos).

La sensibilidad al contexto no se limita a la percepción visual. Funciona de manera similar en otros sentidos y procesos cognitivos. Por ejemplo, en la percepción auditiva, el fenómeno conocido como "restauración fonémica" muestra cómo nuestro cerebro puede "escuchar" sonidos que en realidad han sido sustituidos por ruido, si el contexto lingüístico lo hace predecible. Si en una grabación reemplazamos el sonido "s" de la palabra "legislatura" por un ruido breve, los oyentes seguirán "escuchando" la "s" porque el contexto de la palabra la hace predecible.

A nivel neural, esta sensibilidad al contexto se implementa mediante complejos circuitos de retroalimentación. Las neuronas en el cerebro no solo responden a las características básicas de los estímulos, sino que su actividad se modula por la información de áreas cerebrales "superiores" que proporcionan contexto. Este tipo de procesamiento "de arriba abajo" es tan importante como el procesamiento "de abajo arriba" basado en las características físicas del estímulo.

La neurociencia moderna ha demostrado que incluso las áreas cerebrales consideradas tradicionalmente como "primarias" o de bajo nivel, como la corteza visual primaria (V1), reciben tanta información de áreas "superiores" como de los órganos sensoriales. Esto explica por qué nuestra percepción puede verse tan fuertemente influenciada por nuestras expectativas, conocimientos previos y el contexto general.

Las neuroilusiones de la consciencia

Quizás la ilusión más profunda de todas sea nuestra propia consciencia. Rubia sugiere que incluso nuestra experiencia subjetiva, esa sensación de ser un "yo" unificado y continuo que experimenta el mundo, podría ser otra construcción cerebral, quizás la más sofisticada y compleja de todas.

Esta idea, aunque provocadora, encuentra respaldo en numerosos hallazgos neurocientíficos. Los experimentos de Benjamin Libet en los años 80, corroborados y ampliados con técnicas modernas, mostraron algo sorprendente: la actividad cerebral que precede a una acción voluntaria (el llamado "potencial de disposición") comienza hasta 500 milisegundos antes de que seamos conscientes de nuestra "decisión" de actuar. Estos resultados sugieren que lo que experimentamos como una decisión consciente podría ser en realidad una interpretación post-hoc de procesos cerebrales no conscientes.

El neurocientífico Michael Gazzaniga ha estudiado durante décadas a pacientes con "cerebro dividido" (en los que se ha seccionado el cuerpo calloso que conecta ambos hemisferios cerebrales como tratamiento para epilepsias graves). Sus hallazgos revelan cómo el hemisferio izquierdo —el dominante para el lenguaje en la mayoría de las personas— actúa como un "intérprete" que constantemente crea narrativas coherentes para explicar nuestras acciones, incluso cuando estas han sido iniciadas por el hemisferio derecho sin consciencia explícita. Este "módulo intérprete" podría ser fundamental en la creación de nuestra sensación de ser un "yo" coherente y con propósito.

Otros estudios han demostrado que aspectos que consideramos fundamentales de nuestra identidad consciente pueden manipularse fácilmente. En el "efecto de la mano de goma", los investigadores pueden inducir la sensación de que una mano de goma es parte del propio cuerpo simplemente sincronizando el roce visible de la mano falsa con el roce (oculto) de la mano real. Este fenómeno revela que incluso algo tan básico como nuestro sentido de propiedad corporal es una construcción neural flexible, no una percepción directa de la realidad.

Las investigaciones sobre experiencias místicas y religiosas, un tema que Rubia ha explorado en otros de sus libros como "La conexión divina", también apuntan en esta dirección. Estudios con neuroimágenes han identificado patrones de actividad cerebral específicos asociados con experiencias espirituales profundas. Algunos investigadores han sugerido que estas experiencias podrían relacionarse con cambios transitorios en la actividad del lóbulo temporal y la corteza prefrontal, áreas implicadas en nuestra percepción del yo y su relación con el mundo.

Rubia plantea que los productos más elevados de la mente humana, como el arte, la literatura, la música o incluso la idea de Dios, serían según esta perspectiva consecuencia de la relación del cerebro con el entorno. Lo mismo ocurre con la idea de Dios, los mitos o los arquetipos, respuestas a estímulos del medio, a la necesidad de sobrevivir en él.

Esta visión no pretende "reducir" el valor o significado de la consciencia humana o de nuestras creaciones culturales. Al contrario, invita a maravillarnos ante la extraordinaria complejidad y sofisticación del cerebro, capaz de generar experiencias tan ricas y significativas a partir de procesos biológicos.

Algunos filósofos de la mente, como Thomas Metzinger, han desarrollado teorías similares. Metzinger propone que no existe un "yo" en el sentido tradicional, sino lo que él llama un "modelo fenoménico del yo" (phenomenal self-model): una simulación neural transparente que el cerebro crea de sí mismo. No somos conscientes de este modelo como modelo, sino que lo experimentamos directamente como nuestro "yo", de ahí la ilusión de ser entidades unificadas y continuas en el tiempo.

El desafío a nuestra intuición

Las implicaciones de esta visión son profundas y desafían nuestra intuición más básica: la confianza en nuestras percepciones. Como señala la neurocientífica Amanda Sierra, "la complejidad del procesamiento de la información de nuestro cerebro es la causa de que este sea hackeado por las ilusiones visuales. Esto debería hacernos reflexionar sobre la fiabilidad de nuestro conocimiento del mundo real y sus implicaciones en nuestra vida cotidiana."

Esta perspectiva nos obliga a reconsiderar no solo cómo percibimos el mundo, sino también cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo construimos nuestro conocimiento. Si nuestras percepciones más fundamentales son construcciones cerebrales optimizadas para la supervivencia más que para la precisión, ¿qué implicaciones tiene esto para nuestra comprensión de la verdad, la certeza y la objetividad?

El filósofo alemán Immanuel Kant, en su "Crítica de la razón pura" (1781), ya anticipó de alguna manera estas ideas al distinguir entre el "noúmeno" (la cosa en sí, la realidad tal como es independientemente de nuestra percepción) y el "fenómeno" (la realidad tal como la percibimos, filtrada por nuestras estructuras cognitivas innatas). La neurociencia moderna parece dar la razón a Kant: nunca percibimos el mundo directamente, sino siempre a través del filtro de nuestros mecanismos perceptivos y cognitivos.

Esta visión tiene profundas implicaciones epistemológicas. Si nuestras percepciones y experiencias son construcciones cerebrales, ¿significa esto que estamos atrapados en una especie de solipsismo neuronal, incapaces de acceder a una realidad objetiva? ¿O más bien, como sugiere Rubia, significa que debemos entender el conocimiento humano como algo pragmático y adaptativo, más que como un reflejo perfecto de una realidad absoluta?

Las implicaciones se extienden a campos tan diversos como el derecho, la ética y la psicología clínica. En el ámbito jurídico, por ejemplo, la fiabilidad del testimonio ocular ha sido cada vez más cuestionada a medida que comprendemos mejor cómo la memoria no es un registro fidedigno de la realidad, sino una reconstrucción dinámica y falible. Las técnicas modernas de ADN han demostrado que muchas condenas basadas principalmente en identificaciones por testigos oculares eran erróneas.

En el campo de la salud mental, esta perspectiva ha llevado a nuevos enfoques para comprender y tratar trastornos como la depresión, la ansiedad o las alucinaciones. Si nuestra experiencia del mundo es una construcción cerebral, entonces estos trastornos pueden entenderse como alteraciones en los procesos constructivos normales, más que como simples "disfunciones" o "desequilibrios químicos".

La psicología cognitiva moderna, influenciada por estos descubrimientos, ha desarrollado terapias que trabajan con la naturaleza constructiva de la percepción y la cognición, como la terapia cognitivo-conductual, que ayuda a las personas a identificar y modificar patrones de pensamiento distorsionados que contribuyen al sufrimiento psicológico.

Incluso nuestras relaciones interpersonales pueden verse bajo una nueva luz. Si cada uno de nosotros vive en su propia "realidad construida", ¿cómo podemos estar seguros de comunicarnos efectivamente con otros? ¿No estarán nuestros malentendidos y conflictos basados, al menos en parte, en la inevitable divergencia entre nuestras construcciones individuales del mundo?

Un modelo en evolución

La comprensión del cerebro y sus mecanismos continúa avanzando a pasos agigantados. Las nuevas tecnologías de neuroimagen, los avances en inteligencia artificial y el surgimiento de campos como la neuroestética están ampliando constantemente nuestro conocimiento sobre cómo el cerebro construye nuestra experiencia del mundo.

La neuroimagenología moderna ha revolucionado nuestra capacidad para observar el cerebro en funcionamiento. Técnicas como la resonancia magnética funcional (fMRI), la tomografía por emisión de positrones (PET), la magnetoencefalografía (MEG) y la electroencefalografía de alta densidad (HD-EEG) permiten a los investigadores observar la actividad cerebral con una precisión espacial y temporal sin precedentes. Estas "ventanas al cerebro" han confirmado muchas de las intuiciones de Rubia sobre la naturaleza constructiva de la percepción y la consciencia.

Un campo particularmente fascinante es la neuroestética, definida como "el estudio de los mecanismos neurales que subyacen a la percepción estética de las artes, desde la perspectiva de la neurociencia cognitiva". Este campo examina cómo el cerebro procesa la belleza, el arte y la experiencia estética, sugiriendo que incluso nuestras respuestas emocionales más elevadas y aparentemente espirituales tienen fundamentos neurobiológicos comprensibles.

Los avances en inteligencia artificial, particularmente en redes neuronales profundas, también están arrojando luz sobre los mecanismos cerebrales. Estos sistemas, inspirados (aunque de manera muy simplificada) en la estructura del cerebro, son capaces de generar "ilusiones" y "alucinaciones" similares a las humanas. Por ejemplo, el fenómeno de las "imágenes adversarias" —patrones que pueden engañar a una red neuronal para que clasifique erróneamente un objeto— tiene paralelismos sorprendentes con las ilusiones ópticas que afectan a la percepción humana.

La biología evolutiva del desarrollo (evo-devo) está revelando cómo las presiones selectivas han moldeado nuestro cerebro a lo largo de millones de años. Los estudios comparativos entre diferentes especies muestran que muchos de los mecanismos que generan "ilusiones" en la percepción humana están presentes también en otros animales, lo que sugiere que estas "distorsiones" son adaptaciones evolutivas beneficiosas, no defectos.

Como explica un artículo reciente sobre neurociencia cognitiva, "tales investigaciones necesitan ser consideradas en un marco evolutivo y cultural que dé cuenta de organizaciones cerebrales estructurales y funcionales diferentes". El cerebro no es una entidad estática, sino un órgano dinámico que evoluciona y se adapta constantemente a nuevos desafíos.

La epigenética —el estudio de cómo los factores ambientales pueden afectar la expresión de los genes sin cambiar la secuencia de ADN— está revelando cómo las experiencias tempranas pueden "programar" el desarrollo cerebral, alterando potencialmente cómo percibimos e interpretamos el mundo a lo largo de nuestra vida.

La neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas conexiones neuronales, muestra cómo nuestras "construcciones" de la realidad pueden cambiar con el tiempo y la experiencia. Estudios con personas que han aprendido a usar interfaces sensoriales sustitutivas (como dispositivos que convierten imágenes visuales en estímulos táctiles para personas ciegas) demuestran la asombrosa flexibilidad del cerebro para crear nuevas formas de "percibir" el mundo.

Las interfaces cerebro-máquina están comenzando a difuminar los límites entre el cerebro biológico y la tecnología. Ya existen dispositivos que permiten a personas con parálisis controlar brazos robóticos con el pensamiento, o interfaces que pueden decodificar palabras imaginadas a partir de la actividad cerebral. Estos avances plantean profundas preguntas sobre la naturaleza de la percepción, la mente y la identidad en la era de la neurotecnología.

El campo emergente de la neurofenomenología intenta tender puentes entre la investigación neurocientífica objetiva y la experiencia subjetiva en primera persona, reconociendo que para comprender plenamente cómo el cerebro "construye" nuestra experiencia, necesitamos integrar tanto los datos objetivos de la neurociencia como los informes subjetivos de la experiencia fenomenológica.

Conclusión: la útil mentira

Las ideas de Francisco J. Rubia, lejos de quedar obsoletas, se ven cada vez más respaldadas por la investigación neurocientífica moderna. Su propuesta de un cerebro que nos "engaña" para ayudarnos a sobrevivir ilumina no solo nuestra comprensión de la mente humana, sino también cuestiones fundamentales sobre la naturaleza de la realidad y nuestra relación con ella.

Como sintetiza el propio Ignacio Morgado, las ilusiones del cerebro son prácticas, que funcionan y nos permiten sobrevivir, conseguir propósitos. En un sentido profundo, vivimos en un mundo de ilusiones neurales, pero estas ilusiones no son un error, sino una necesidad evolutiva que ha permitido a nuestra especie no solo sobrevivir, sino también desarrollar una capacidad única para comprender y modificar el mundo.

Al final, quizás la mayor paradoja sea esta: gracias a un cerebro que "miente" hemos podido acercarnos, más que ninguna otra especie, a la verdad.

Referencias

  • Rubia, F. J. (s.f.). El cerebro nos engaña. Editorial Temas de Hoy.
  • E-consulta.com. (2015). Según científico, el cerebro crea ilusiones prácticas para sobrevivir. [Artículo en línea]. https://www.e-consulta.com/nota/2015-06-08/ciencia/el-cerebro-crea-ilusiones-practicas-para-sobrevivir
  • Esco E-Universitas. (2022). Ilusiones, ¿percibimos acaso la realidad del mundo que nos rodea? [Artículo en línea]. https://www.escoeuniversitas.com/ilusiones-como-percibimos-la-realidad/
  • Universitam. (s.f.). LA REALIDAD ES UNA ILUSIÓN, NOSOTROS LA RECONSTRUIMOS EN EL CEREBRO PARA SOBREVIVIR. [Artículo en línea]. https://universitam.com/academicos/noticias/la-realidad-es-una-ilusion-nosotros-la-reconstruimos-en-el-cerebro-para-sobrevivir/
  • RT. (s.f.). Científico español: "El cerebro inventa el mundo para sobrevivir". [Artículo en línea]. https://actualidad.rt.com/ciencias/176896-cerebro-inventar-mundo-ilusiones-practicas
  • El·lipse. (2021). "El cerebro ilusionista". [Artículo en línea]. https://ellipse.prbb.org/es/el-cerebro-ilusionista/
  • Mujeres con ciencia. (2020). Ilusiones visuales: ¿por qué nos engaña nuestro cerebro? [Artículo en línea]. https://mujeresconciencia.com/2020/01/08/ilusiones-visuales-por-que-nos-engana-nuestro-cerebro/
  • Instituto Tomás Pascual Sanz. (2013). Neurobiología de la percepción artística. [Artículo en línea]. https://www.institutotomaspascualsanz.com/neurobiologia-de-la-percepcion-artistica/
  • WordPress. (2015). «El mundo es una ilusión creada por el cerebro». [Artículo en línea]. https://enriquecrespolopez4.wordpress.com/2015/05/19/el-mundo-es-una-ilusion-creada-por-el-cerebro/

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