La gran mentira que
nos mantiene vivos
Imagina
por un momento que tu cerebro, ese órgano que consideras el fiel guardián de
tus percepciones, fuera en realidad un magistral ilusionista. Un creador de
espejismos que ha perfeccionado su arte durante millones de años no por
capricho, sino por pura necesidad evolutiva. Este es precisamente el fascinante
viaje al que nos invita Francisco J. Rubia en su revelador libro "El
cerebro nos engaña".
Rubia,
doctor en Medicina por la Universidad de Düsseldorf y destacado investigador
del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid, nos
sumerge en una premisa tan desconcertante como provocadora: lo que percibimos
como realidad no es más que una construcción conveniente de nuestro cerebro,
diseñada meticulosamente para ayudarnos a sobrevivir en un entorno que, de otra
manera, resultaría abrumadoramente complejo.
¿Y
si todo lo que damos por sentado —los colores que vemos, los sonidos que
escuchamos, incluso la noción de un "yo" estable y coherente— fueran
en realidad elaboradas fabricaciones neurales? Esta provocadora idea no es
nueva en la historia del pensamiento. Ya Platón, con su alegoría de la caverna,
sugería que vivimos tomando las sombras por realidades. Sin embargo, lo
revolucionario del planteamiento de Rubia es que no se trata de especulaciones
filosóficas, sino de conclusiones derivadas de la investigación científica de
vanguardia.
El
neurocientífico Antonio Damasio señaló en su obra "El error de
Descartes" que la mente emerge del cerebro y del resto del cuerpo como un
conjunto, y que el dualismo mente-cuerpo ha sido uno de los grandes obstáculos
para comprender nuestra naturaleza. Rubia avanza en esta línea, pero va más
allá: no solo la mente emerge del cerebro, sino que lo hace creando
representaciones que, aunque útiles, no se corresponden exactamente con la
realidad física que pretenden representar.
La mente como función
del cerebro
El
punto de partida de Rubia es contundente: la mente humana no es una entidad
independiente del cerebro, sino una función de este, producto de la evolución
de nuestra especie. El cerebro del hombre contemporáneo es una consecuencia más
de la evolución de la especie humana. Pero ¿qué podemos decir de la mente? Para
el profesor Rubia, no es sino una función del cerebro, y, como tal, ha
evolucionado a lo largo del tiempo.
Esta
perspectiva rompe con interpretaciones dualistas tradicionales y nos sitúa en
un marco puramente neurobiológico donde nuestra experiencia subjetiva, nuestras
emociones e incluso nuestras más altas expresiones culturales tienen su origen
en los intrincados procesos cerebrales.
La
visión de Rubia se alinea con lo que los filósofos llaman "monismo
materialista", que sostiene que solo existe un tipo de sustancia
fundamental en el universo: la materia física. La conciencia, los pensamientos,
las emociones, todos estos fenómenos mentales serían emergencias de la
actividad física del cerebro, no entidades de naturaleza distinta.
Este
planteamiento tiene profundas implicaciones. Si aceptamos que la mente es una
función cerebral desarrollada evolutivamente, debemos preguntarnos: ¿para qué
evolucionó? La respuesta de Rubia es clara: para ayudarnos a sobrevivir. Y en
esa misión, la precisión absoluta puede ser menos importante que la utilidad
práctica.
Las
neurociencias modernas apoyan esta visión. Los estudios con neuroimágenes
funcionales nos muestran que cuando pensamos, sentimos o percibimos, son
circuitos neurales específicos los que se activan. No hay una "mente"
actuando independientemente del cerebro. Incluso aquellas experiencias que
parecerían trascender lo físico, como las experiencias místicas o religiosas,
muestran correlatos neuronales específicos.
"Desde
la neurobiología, la antropología y la filosofía, Francisco J. Rubia nos
introduce en el fascinante mundo del cerebro", señala la descripción
editorial del libro, un enfoque multidisciplinar que constituye uno de los
mayores atractivos de la obra. Y es que para entender cómo y por qué el cerebro
nos engaña, debemos abordar el problema desde múltiples perspectivas:
evolutiva, neurológica, psicológica, antropológica e incluso filosófica.
Las ilusiones
prácticas: herramientas para la supervivencia
Pero
¿qué significa exactamente que el cerebro nos engaña? No se trata de un engaño
malicioso, sino de una estrategia adaptativa refinada a lo largo de millones de
años. Las ilusiones que crea el cerebro nos ayudan a sobrevivir.
El
cerebro no tiene capacidad para procesar toda la información del entorno en
tiempo real, ni para representar fielmente la compleja naturaleza física del
mundo. En su lugar, crea atajos, simplificaciones e ilusiones que resultan
funcionalmente útiles para nuestra supervivencia. Pensemos en la información
que llega a nuestros sentidos: billones de fotones que impactan en nuestras
retinas cada segundo, ondas de presión que alcanzan nuestros tímpanos,
moléculas que estimulan nuestras papilas gustativas y receptores olfativos,
presiones, temperaturas y texturas en nuestra piel... ¿Cómo manejar semejante avalancha de datos?
La
respuesta evolutiva ha sido desarrollar un sistema que no pretende procesar
toda esta información, sino seleccionar y transformar solo aquella que resulta
relevante para nuestra supervivencia. Nuestros sentidos son, en realidad,
sofisticados filtros que descartan la mayor parte de los estímulos que
recibimos.
El
neurocientífico Ignacio Morgado, quien ha explorado ideas similares en su libro
"La Fábrica de las Ilusiones", lo expresa con claridad: "El
cerebro inventa el mundo creando ilusiones prácticas para ayudarnos a
sobrevivir". Estas "ilusiones prácticas" son representaciones
mentales que, aunque no corresponden exactamente con la realidad física, nos
permiten interactuar eficazmente con el mundo.
Un
ejemplo cotidiano de estas ilusiones prácticas es el tacto. Como explica
Morgado: "El tacto es una ilusión muy práctica. Lo notamos en la mano y
nos permite alargarla para tomar objetos". Sin embargo, es el cerebro el
que siente, no la mano. La prueba está en que las personas con miembros
amputados pueden seguir experimentando sensaciones (a veces dolorosas) en
extremidades que ya no tienen, un fenómeno conocido como "miembro
fantasma".
Otro
ejemplo fascinante es el color. Lo que llamamos "rojo" o
"azul" no existe como tal en el mundo físico. Fuera de nuestra mente,
solo hay ondas electromagnéticas de diferentes longitudes. El color es una
interpretación que hace nuestro cerebro de estas longitudes de onda, una
etiqueta útil que nos ayuda a distinguir objetos, identificar alimentos maduros
de los que no lo están, o reconocer estados emocionales en el rostro de otros
humanos.
El
científico cognitivo Donald Hoffman va aún más lejos con su "Teoría de la
Interfaz de Usuario". Según esta teoría, nuestra percepción funciona como
la interfaz de un ordenador: los iconos en la pantalla no se parecen a los
circuitos y códigos que representan, pero nos permiten interactuar eficazmente
con el sistema. De manera similar, nuestras percepciones no representan
fielmente la realidad, sino que son símbolos útiles que nos permiten
interactuar con ella. La selección natural no favorece percepciones verídicas
sino percepciones adaptativas.
La construcción
cerebral de la realidad: evidencias actuales
Las
investigaciones recientes en neurociencia continúan respaldando esta visión de
un cerebro que construye activamente nuestra percepción de la realidad en lugar
de simplemente reflejarla. Lo que antes era una hipótesis filosófica se ha
convertido en un hecho científicamente comprobable gracias a las modernas
técnicas de neuroimagen y los avances en neurociencia cognitiva.
Un
estudio publicado en la revista Esco E-Universitas ilustra este fenómeno:
"Si nuestro sistema de ojos y cerebro fuera como un aparato óptico, no
percibiríamos estas ilusiones. En realidad no tenemos medidas absolutamente
objetivas del mundo a través de nuestros sentidos." Cuando la luz es
captada por nuestros ojos, el cerebro no se limita a registrar pasivamente esta
información, sino que la procesa, analiza e interpreta, construyendo finalmente
un escenario que nos resulte comprensible.
Los
experimentos de laboratorio muestran cómo lo que "vemos" depende
tanto del estímulo físico como del estado de nuestro cerebro. Por ejemplo, las
investigaciones sobre la "ceguera por desatención" han demostrado que
podemos no ver objetos que están literalmente frente a nuestros ojos si nuestra
atención está dirigida a otra cosa. En el famoso experimento del "gorila
invisible", los participantes, concentrados en contar los pases de balón
entre jugadores con camisetas blancas, no perciben a una persona disfrazada de
gorila que atraviesa la escena, a pesar de que está perfectamente visible en su
campo visual.
Las
técnicas modernas de neuroimagen han permitido observar directamente este
proceso constructivo. Por ejemplo, estudios recientes con resonancia magnética
funcional (fMRI) muestran que cuando vemos un objeto, se activan no solo las
áreas visuales primarias que reciben directamente la información de los ojos,
sino también áreas de asociación que relacionan lo percibido con experiencias
previas, conocimientos almacenados y expectativas.
Lo
más sorprendente es que estas áreas de asociación pueden activarse incluso
antes que las áreas visuales primarias, lo que indica que nuestro cerebro está
prediciendo lo que va a ver antes incluso de verlo. Este fenómeno ha llevado a
algunos neurocientíficos a proponer la "teoría del cerebro
predictivo" o del "procesamiento predictivo", según la cual
nuestro cerebro está constantemente generando predicciones sobre los estímulos
que va a recibir, y lo que percibimos es en realidad una mezcla de estas predicciones
y la información sensorial real.
Otro
campo de investigación fascinante es el de la plasticidad sensorial cruzada. Se
ha demostrado que, en personas ciegas que aprenden a leer braille, las áreas
cerebrales que normalmente procesan información visual se reasignan para
procesar información táctil. Esto demuestra que lo que consideramos capacidades
sensoriales fijas son en realidad construcciones flexibles del cerebro que
pueden reorganizarse según las necesidades adaptativas.
El
científico cognitivo Donald Hoffman va incluso más allá al sugerir que lo que
estamos viendo a nuestro alrededor no es más que una fachada que guía el camino
alrededor de una matriz mucho más compleja y oculta. Según esta perspectiva,
respaldada por complejos modelos matemáticos y simulaciones por computadora, el
mundo que percibimos es comparable a una interfaz de usuario, diseñada no para
mostrarnos la verdadera naturaleza de la realidad, sino para permitirnos
interactuar con ella de manera eficiente.
Las
investigaciones en neurofenomenología, campo que integra las técnicas de
neurociencia con los métodos de la fenomenología filosófica, también apuntan en
esta dirección. Al estudiar sistemáticamente la relación entre los procesos
neurales y la experiencia consciente, han encontrado que lo que percibimos como
una realidad externa continua y coherente es en realidad el resultado de
múltiples procesos neuronales discretos que el cerebro sintetiza en una
experiencia unificada.
El cerebro
predictivo: anticipándose para sobrevivir
Una
de las funciones más fascinantes de nuestro cerebro es su capacidad para
predecir lo que va a ocurrir antes de que realmente suceda. Los
neurocientíficos han descubierto que "el cerebro entra en un modo
constante de adivinanzas, el cerebro está tratando de predecir y mostrarnos el
futuro. Tenemos que encontrar la mejor solución, pero hay varias posibilidades
para el mismo tipo de entrada o estímulo".
Este
mecanismo predictivo es otro ejemplo de cómo el cerebro nos "engaña"
por nuestro propio bien. Los retrasos en el procesamiento sensorial son
inevitables debido a las limitaciones físicas de nuestro sistema nervioso. Como
señala el investigador Luis Miguel Martínez Otero: "Nuestro cerebro lo que
hace es vivir en el pasado, prediciendo el futuro, para poder entender el mundo
en tiempo real".
Esta
aparente paradoja tiene una explicación neurobiológica fascinante. Desde que un
estímulo sensorial impacta en nuestros receptores hasta que somos conscientes
de él, transcurre un tiempo considerable: aproximadamente 80-150 milisegundos
para el procesamiento visual básico, y hasta 500 milisegundos para el
procesamiento más complejo. En términos evolutivos, este retraso podría ser
fatal: si tuviéramos que esperar medio segundo para reaccionar ante un
depredador, nuestras posibilidades de supervivencia serían mínimas.
La
solución evolutiva ha sido desarrollar un cerebro que no solo reacciona a los
estímulos, sino que los anticipa constantemente. Investigaciones recientes en
neurociencia cognitiva han dado lugar al modelo del "cerebro
bayesiano" o "cerebro predictivo", según el cual nuestro sistema
nervioso funciona como una máquina de predicciones probabilísticas que aplica
continuamente el teorema de Bayes (un principio estadístico) para actualizar
sus creencias sobre el mundo.
En
cada momento, nuestro cerebro está generando predicciones sobre lo que
"debería" estar ocurriendo basándose en experiencias previas y
conocimientos almacenados. Estas predicciones se comparan con la información
sensorial entrante. Si hay una discrepancia (lo que los neurocientíficos llaman
"error de predicción"), el cerebro puede hacer dos cosas: actualizar
su modelo interno del mundo para incorporar esta nueva información, o
interpretar la información sensorial de manera que se ajuste a su predicción previa.
Nuestro cerebro tiende a hacer lo segundo siempre que puede, ya que es
energéticamente más eficiente.
Este
mecanismo explica muchas ilusiones perceptivas. Por ejemplo, en la ilusión del
tablero de ajedrez de Adelson, vemos dos casillas de distinto tono de gris
cuando en realidad son exactamente del mismo color. Nuestro cerebro
"sabe" que un tablero de ajedrez tiene casillas alternantes de
colores diferentes, y que las sombras oscurecen los objetos, así que predice
que las casillas deben ser de diferente color y nos hace verlas así, a pesar de
la evidencia sensorial contradictoria.
Las
investigaciones con técnicas de neuroimagen han identificado los mecanismos
neurales de este procesamiento predictivo. Estudios con electroencefalografía
(EEG) y magnetoencefalografía (MEG) han mostrado que las "ondas de
predicción" fluyen desde las áreas cerebrales superiores hacia las
inferiores, mientras que las señales de error de predicción fluyen en sentido
contrario. Este diálogo constante entre predicciones descendentes y señales
sensoriales ascendentes es lo que configura nuestra percepción del mundo.
La
biología del cerebro predictivo es asombrosa. Los científicos han descubierto
que incluso nuestras pupilas se dilatan ligeramente en anticipación a los
cambios de luz antes de que ocurran, si ese cambio es predecible. Nuestros
sistemas sensoriales están constantemente preparándose para lo que esperan
encontrar, no simplemente reaccionando a lo que detectan.
Ilusiones visuales:
ventanas a los trucos del cerebro
Las
ilusiones visuales constituyen una de las evidencias más accesibles y
sorprendentes de cómo el cerebro construye nuestra percepción. Lejos de ser
meros entretenimientos, representan valiosas herramientas para comprender los
mecanismos cerebrales subyacentes a nuestra percepción.
Las
ilusiones visuales no son fallos del sistema visual, sino consecuencias
naturales de los mecanismos que nuestro cerebro ha desarrollado para procesar
información visual de manera eficiente en condiciones normales. Como explica la
neurobióloga Amanda Sierra, estas ilusiones "deberían hacernos reflexionar
sobre la fiabilidad de nuestro conocimiento del mundo real y sus implicaciones
en nuestra vida cotidiana".
Un
buen número de ilusiones visuales se basan en la necesidad que tiene nuestro
cerebro de autocompletar la información que le falta. El origen de este
fenómeno es complejo, pero puede deberse, entre otros motivos, a que la
información que proveen nuestros ojos es interrumpida por los parpadeos.
La
capacidad de "rellenar" información faltante se manifiesta claramente
en el fenómeno del "punto ciego". En nuestra retina existe un área
donde el nervio óptico se conecta con el globo ocular, y en ese punto no hay
fotorreceptores, lo que crea un punto ciego en nuestro campo visual. Sin
embargo, no percibimos ese punto ciego como un agujero en nuestra visión porque
el cerebro lo rellena automáticamente con información del entorno.
El
triángulo de Kanizsa es otro ejemplo paradigmático: vemos un triángulo blanco
que parece estar superpuesto a tres círculos negros, cuando en realidad no hay
ningún triángulo dibujado. Nuestro cerebro "completa" el contorno
basándose en las pistas visuales y nuestras expectativas perceptivas.
Además,
aunque no lo notemos, nuestros ojos realizan constantemente movimientos rápidos
y erráticos (sacádicos) para escanear el entorno. Estos movimientos, que pueden
ocurrir hasta tres veces por segundo, son fundamentales para la visión, ya que
si una imagen permaneciera completamente estática en nuestra retina,
literalmente dejaríamos de verla debido a un fenómeno llamado "adaptación
neuronal". Sin embargo, a pesar de estos movimientos bruscos, percibimos
el mundo como una imagen estable y continua porque nuestro cerebro rellena los
huecos y suaviza estas discontinuidades.
Las
ilusiones de movimiento, como las "serpientes rotantes" del psicólogo
japonés Akiyoshi Kitaoka, aprovechan precisamente estos movimientos sacádicos.
La disposición específica de colores y patrones en estas imágenes interactúa
con nuestros movimientos oculares naturales para crear la ilusión de rotación
en una imagen que está completamente estática.
Otro
tipo fascinante son las ilusiones multiestables, como el cubo de Necker o la
famosa imagen que puede verse como un conejo o un pato. En estos casos, la
información sensorial es ambigua y puede interpretarse de más de una manera.
Nuestro cerebro alterna entre interpretaciones posibles, incapaz de mantener
simultáneamente ambas percepciones, lo que demuestra que la percepción no es un
proceso pasivo de registro, sino una construcción activa que implica tomar
"decisiones interpretativas".
Las
ilusiones sensoriales también ocurren entre diferentes modalidades sensoriales.
El efecto McGurk es un impresionante ejemplo de cómo lo que vemos afecta lo que
oímos: cuando vemos a alguien pronunciar "ga" mientras escuchamos el
sonido "ba", nuestro cerebro integra ambas informaciones y percibimos
"da", un sonido que no está presente ni en el estímulo visual ni en
el auditivo.
Todos
estos fenómenos demuestran algo fundamental: la percepción no es un registro
pasivo del mundo, sino una construcción activa y dinámica que integra
información sensorial, expectativas previas y modelos internos del mundo.
El cerebro sensible
al contexto
Otro
aspecto crucial de nuestro cerebro es su sensibilidad al contexto. No
procesamos la información de forma aislada, sino en relación con su entorno.
Este principio fundamental de la percepción humana ha sido ampliamente
estudiado por los neurocientíficos y constituye una de las bases más sólidas
para entender por qué y cómo "el cerebro nos engaña".
El
neurobiólogo Luis Miguel Martínez Otero explica que "las ilusiones de
brillo ilustran que no medimos el brillo -la cantidad de luz que emite un
objeto- de manera absoluta sino de manera relativa. Estas ilusiones llevan a
equívocos sorprendentes. Pasa lo mismo con el color."
En
el célebre experimento del tablero de ajedrez de Adelson, dos casillas que
parecen tener diferentes tonos de gris son en realidad exactamente del mismo
color. Nuestro cerebro interpreta el color teniendo en cuenta el contexto —en
este caso, la presencia de una sombra proyectada por la torre sobre una de las
casillas—. Esto ocurre porque, desde una perspectiva evolutiva, lo importante
no era percibir la cantidad exacta de luz reflejada por un objeto (lo que sería
su color "real"), sino mantener la constancia perceptiva: reconocer
que un objeto sigue siendo el mismo bajo diferentes condiciones de iluminación.
El
fenómeno de constancia perceptiva va mucho más allá del color. Se aplica
también al tamaño (percibimos que un objeto mantiene su tamaño aunque se aleje
y su imagen en nuestra retina se reduzca), a la forma (reconocemos un plato
como circular aunque desde ciertos ángulos proyecte una imagen elíptica en
nuestra retina) y a muchas otras propiedades. Esta capacidad de
"corregir" la información sensorial según el contexto ha sido crucial
para nuestra supervivencia como especie.
Este
principio de procesamiento contextual explica por qué un mismo estímulo puede
percibirse de manera diferente según las circunstancias que lo rodean, desde el
famoso debate sobre el color de "el vestido" en redes sociales (donde
algunas personas lo veían azul y negro, y otras blanco y dorado) hasta
ilusiones clásicas como las flechas de Müller-Lyer (donde dos líneas de igual
longitud parecen diferentes debido a las flechas en sus extremos).
La
sensibilidad al contexto no se limita a la percepción visual. Funciona de
manera similar en otros sentidos y procesos cognitivos. Por ejemplo, en la
percepción auditiva, el fenómeno conocido como "restauración
fonémica" muestra cómo nuestro cerebro puede "escuchar" sonidos
que en realidad han sido sustituidos por ruido, si el contexto lingüístico lo
hace predecible. Si en una grabación reemplazamos el sonido "s" de la
palabra "legislatura" por un ruido breve, los oyentes seguirán
"escuchando" la "s" porque el contexto de la palabra la
hace predecible.
A
nivel neural, esta sensibilidad al contexto se implementa mediante complejos
circuitos de retroalimentación. Las neuronas en el cerebro no solo responden a
las características básicas de los estímulos, sino que su actividad se modula
por la información de áreas cerebrales "superiores" que proporcionan
contexto. Este tipo de procesamiento "de arriba abajo" es tan
importante como el procesamiento "de abajo arriba" basado en las
características físicas del estímulo.
La
neurociencia moderna ha demostrado que incluso las áreas cerebrales
consideradas tradicionalmente como "primarias" o de bajo nivel, como
la corteza visual primaria (V1), reciben tanta información de áreas
"superiores" como de los órganos sensoriales. Esto explica por qué
nuestra percepción puede verse tan fuertemente influenciada por nuestras
expectativas, conocimientos previos y el contexto general.
Las neuroilusiones de
la consciencia
Quizás
la ilusión más profunda de todas sea nuestra propia consciencia. Rubia sugiere
que incluso nuestra experiencia subjetiva, esa sensación de ser un
"yo" unificado y continuo que experimenta el mundo, podría ser otra
construcción cerebral, quizás la más sofisticada y compleja de todas.
Esta
idea, aunque provocadora, encuentra respaldo en numerosos hallazgos
neurocientíficos. Los experimentos de Benjamin Libet en los años 80,
corroborados y ampliados con técnicas modernas, mostraron algo sorprendente: la
actividad cerebral que precede a una acción voluntaria (el llamado
"potencial de disposición") comienza hasta 500 milisegundos antes de
que seamos conscientes de nuestra "decisión" de actuar. Estos
resultados sugieren que lo que experimentamos como una decisión consciente
podría ser en realidad una interpretación post-hoc de procesos cerebrales no
conscientes.
El
neurocientífico Michael Gazzaniga ha estudiado durante décadas a pacientes con
"cerebro dividido" (en los que se ha seccionado el cuerpo calloso que
conecta ambos hemisferios cerebrales como tratamiento para epilepsias graves).
Sus hallazgos revelan cómo el hemisferio izquierdo —el dominante para el
lenguaje en la mayoría de las personas— actúa como un "intérprete"
que constantemente crea narrativas coherentes para explicar nuestras acciones,
incluso cuando estas han sido iniciadas por el hemisferio derecho sin
consciencia explícita. Este "módulo intérprete" podría ser
fundamental en la creación de nuestra sensación de ser un "yo"
coherente y con propósito.
Otros
estudios han demostrado que aspectos que consideramos fundamentales de nuestra
identidad consciente pueden manipularse fácilmente. En el "efecto de la
mano de goma", los investigadores pueden inducir la sensación de que una
mano de goma es parte del propio cuerpo simplemente sincronizando el roce
visible de la mano falsa con el roce (oculto) de la mano real. Este fenómeno
revela que incluso algo tan básico como nuestro sentido de propiedad corporal
es una construcción neural flexible, no una percepción directa de la realidad.
Las
investigaciones sobre experiencias místicas y religiosas, un tema que Rubia ha
explorado en otros de sus libros como "La conexión divina", también
apuntan en esta dirección. Estudios con neuroimágenes han identificado patrones
de actividad cerebral específicos asociados con experiencias espirituales
profundas. Algunos investigadores han sugerido que estas experiencias podrían
relacionarse con cambios transitorios en la actividad del lóbulo temporal y la
corteza prefrontal, áreas implicadas en nuestra percepción del yo y su relación
con el mundo.
Rubia
plantea que los productos más elevados de la mente humana, como el arte, la
literatura, la música o incluso la idea de Dios, serían según esta perspectiva
consecuencia de la relación del cerebro con el entorno. Lo mismo ocurre con la
idea de Dios, los mitos o los arquetipos, respuestas a estímulos del medio, a
la necesidad de sobrevivir en él.
Esta
visión no pretende "reducir" el valor o significado de la consciencia
humana o de nuestras creaciones culturales. Al contrario, invita a
maravillarnos ante la extraordinaria complejidad y sofisticación del cerebro,
capaz de generar experiencias tan ricas y significativas a partir de procesos
biológicos.
Algunos
filósofos de la mente, como Thomas Metzinger, han desarrollado teorías
similares. Metzinger propone que no existe un "yo" en el sentido
tradicional, sino lo que él llama un "modelo fenoménico del yo"
(phenomenal self-model): una simulación neural transparente que el cerebro crea
de sí mismo. No somos conscientes de este modelo como modelo, sino que lo
experimentamos directamente como nuestro "yo", de ahí la ilusión de
ser entidades unificadas y continuas en el tiempo.
El desafío a nuestra
intuición
Las
implicaciones de esta visión son profundas y desafían nuestra intuición más
básica: la confianza en nuestras percepciones. Como señala la neurocientífica
Amanda Sierra, "la complejidad del procesamiento de la información de
nuestro cerebro es la causa de que este sea hackeado por las ilusiones
visuales. Esto debería hacernos reflexionar sobre la fiabilidad de nuestro
conocimiento del mundo real y sus implicaciones en nuestra vida
cotidiana."
Esta
perspectiva nos obliga a reconsiderar no solo cómo percibimos el mundo, sino
también cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo construimos nuestro
conocimiento. Si nuestras percepciones más fundamentales son construcciones
cerebrales optimizadas para la supervivencia más que para la precisión, ¿qué
implicaciones tiene esto para nuestra comprensión de la verdad, la certeza y la
objetividad?
El
filósofo alemán Immanuel Kant, en su "Crítica de la razón pura"
(1781), ya anticipó de alguna manera estas ideas al distinguir entre el
"noúmeno" (la cosa en sí, la realidad tal como es independientemente
de nuestra percepción) y el "fenómeno" (la realidad tal como la
percibimos, filtrada por nuestras estructuras cognitivas innatas). La
neurociencia moderna parece dar la razón a Kant: nunca percibimos el mundo
directamente, sino siempre a través del filtro de nuestros mecanismos
perceptivos y cognitivos.
Esta
visión tiene profundas implicaciones epistemológicas. Si nuestras percepciones
y experiencias son construcciones cerebrales, ¿significa esto que estamos
atrapados en una especie de solipsismo neuronal, incapaces de acceder a una
realidad objetiva? ¿O más bien, como sugiere Rubia, significa que debemos
entender el conocimiento humano como algo pragmático y adaptativo, más que como
un reflejo perfecto de una realidad absoluta?
Las
implicaciones se extienden a campos tan diversos como el derecho, la ética y la
psicología clínica. En el ámbito jurídico, por ejemplo, la fiabilidad del
testimonio ocular ha sido cada vez más cuestionada a medida que comprendemos
mejor cómo la memoria no es un registro fidedigno de la realidad, sino una
reconstrucción dinámica y falible. Las técnicas modernas de ADN han demostrado
que muchas condenas basadas principalmente en identificaciones por testigos
oculares eran erróneas.
En
el campo de la salud mental, esta perspectiva ha llevado a nuevos enfoques para
comprender y tratar trastornos como la depresión, la ansiedad o las
alucinaciones. Si nuestra experiencia del mundo es una construcción cerebral,
entonces estos trastornos pueden entenderse como alteraciones en los procesos
constructivos normales, más que como simples "disfunciones" o
"desequilibrios químicos".
La
psicología cognitiva moderna, influenciada por estos descubrimientos, ha
desarrollado terapias que trabajan con la naturaleza constructiva de la
percepción y la cognición, como la terapia cognitivo-conductual, que ayuda a
las personas a identificar y modificar patrones de pensamiento distorsionados
que contribuyen al sufrimiento psicológico.
Incluso
nuestras relaciones interpersonales pueden verse bajo una nueva luz. Si cada
uno de nosotros vive en su propia "realidad construida", ¿cómo
podemos estar seguros de comunicarnos efectivamente con otros? ¿No estarán
nuestros malentendidos y conflictos basados, al menos en parte, en la
inevitable divergencia entre nuestras construcciones individuales del mundo?
Un modelo en
evolución
La
comprensión del cerebro y sus mecanismos continúa avanzando a pasos
agigantados. Las nuevas tecnologías de neuroimagen, los avances en inteligencia
artificial y el surgimiento de campos como la neuroestética están ampliando
constantemente nuestro conocimiento sobre cómo el cerebro construye nuestra
experiencia del mundo.
La
neuroimagenología moderna ha revolucionado nuestra capacidad para observar el
cerebro en funcionamiento. Técnicas como la resonancia magnética funcional
(fMRI), la tomografía por emisión de positrones (PET), la magnetoencefalografía
(MEG) y la electroencefalografía de alta densidad (HD-EEG) permiten a los
investigadores observar la actividad cerebral con una precisión espacial y
temporal sin precedentes. Estas "ventanas al cerebro" han confirmado
muchas de las intuiciones de Rubia sobre la naturaleza constructiva de la
percepción y la consciencia.
Un
campo particularmente fascinante es la neuroestética, definida como "el
estudio de los mecanismos neurales que subyacen a la percepción estética de las
artes, desde la perspectiva de la neurociencia cognitiva". Este campo
examina cómo el cerebro procesa la belleza, el arte y la experiencia estética,
sugiriendo que incluso nuestras respuestas emocionales más elevadas y
aparentemente espirituales tienen fundamentos neurobiológicos comprensibles.
Los
avances en inteligencia artificial, particularmente en redes neuronales
profundas, también están arrojando luz sobre los mecanismos cerebrales. Estos
sistemas, inspirados (aunque de manera muy simplificada) en la estructura del
cerebro, son capaces de generar "ilusiones" y
"alucinaciones" similares a las humanas. Por ejemplo, el fenómeno de
las "imágenes adversarias" —patrones que pueden engañar a una red
neuronal para que clasifique erróneamente un objeto— tiene paralelismos
sorprendentes con las ilusiones ópticas que afectan a la percepción humana.
La
biología evolutiva del desarrollo (evo-devo) está revelando cómo las presiones
selectivas han moldeado nuestro cerebro a lo largo de millones de años. Los
estudios comparativos entre diferentes especies muestran que muchos de los
mecanismos que generan "ilusiones" en la percepción humana están
presentes también en otros animales, lo que sugiere que estas
"distorsiones" son adaptaciones evolutivas beneficiosas, no defectos.
Como
explica un artículo reciente sobre neurociencia cognitiva, "tales
investigaciones necesitan ser consideradas en un marco evolutivo y cultural que
dé cuenta de organizaciones cerebrales estructurales y funcionales
diferentes". El cerebro no es una entidad estática, sino un órgano
dinámico que evoluciona y se adapta constantemente a nuevos desafíos.
La
epigenética —el estudio de cómo los factores ambientales pueden afectar la
expresión de los genes sin cambiar la secuencia de ADN— está revelando cómo las
experiencias tempranas pueden "programar" el desarrollo cerebral,
alterando potencialmente cómo percibimos e interpretamos el mundo a lo largo de
nuestra vida.
La
neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas
conexiones neuronales, muestra cómo nuestras "construcciones" de la
realidad pueden cambiar con el tiempo y la experiencia. Estudios con personas
que han aprendido a usar interfaces sensoriales sustitutivas (como dispositivos
que convierten imágenes visuales en estímulos táctiles para personas ciegas)
demuestran la asombrosa flexibilidad del cerebro para crear nuevas formas de
"percibir" el mundo.
Las
interfaces cerebro-máquina están comenzando a difuminar los límites entre el
cerebro biológico y la tecnología. Ya existen dispositivos que permiten a
personas con parálisis controlar brazos robóticos con el pensamiento, o
interfaces que pueden decodificar palabras imaginadas a partir de la actividad
cerebral. Estos avances plantean profundas preguntas sobre la naturaleza de la
percepción, la mente y la identidad en la era de la neurotecnología.
El
campo emergente de la neurofenomenología intenta tender puentes entre la
investigación neurocientífica objetiva y la experiencia subjetiva en primera
persona, reconociendo que para comprender plenamente cómo el cerebro
"construye" nuestra experiencia, necesitamos integrar tanto los datos
objetivos de la neurociencia como los informes subjetivos de la experiencia
fenomenológica.
Conclusión: la útil
mentira
Las
ideas de Francisco J. Rubia, lejos de quedar obsoletas, se ven cada vez más
respaldadas por la investigación neurocientífica moderna. Su propuesta de un
cerebro que nos "engaña" para ayudarnos a sobrevivir ilumina no solo
nuestra comprensión de la mente humana, sino también cuestiones fundamentales
sobre la naturaleza de la realidad y nuestra relación con ella.
Como
sintetiza el propio Ignacio Morgado, las ilusiones del cerebro son prácticas,
que funcionan y nos permiten sobrevivir, conseguir propósitos. En un sentido
profundo, vivimos en un mundo de ilusiones neurales, pero estas ilusiones no
son un error, sino una necesidad evolutiva que ha permitido a nuestra especie
no solo sobrevivir, sino también desarrollar una capacidad única para
comprender y modificar el mundo.
Al
final, quizás la mayor paradoja sea esta: gracias a un cerebro que
"miente" hemos podido acercarnos, más que ninguna otra especie, a la
verdad.
Referencias
- Rubia, F. J. (s.f.). El cerebro nos engaña. Editorial Temas de Hoy.
- E-consulta.com. (2015). Según científico, el cerebro crea ilusiones
prácticas para sobrevivir. [Artículo en línea].
https://www.e-consulta.com/nota/2015-06-08/ciencia/el-cerebro-crea-ilusiones-practicas-para-sobrevivir
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https://www.institutotomaspascualsanz.com/neurobiologia-de-la-percepcion-artistica/
- WordPress. (2015). «El mundo es una ilusión creada por el cerebro».
[Artículo en línea].
https://enriquecrespolopez4.wordpress.com/2015/05/19/el-mundo-es-una-ilusion-creada-por-el-cerebro/
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